Tiempo de Pascua
Domingo, 4 de mayo 2025
estola de color blanca
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LA SAGRADA ESCRITURA

San Jerónimo subrayaba la alegría y la importancia de familiarizarse con los textos bíblicos:
«¿No te parece que estás -ya aquí, en la tierra- en el reino de los cielos, cuando se vive entre estos textos, cuando se medita en ellos, cuando no se busca otra cosa?» (Ep. 53, 10).

En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en un cierto sentido presencia del Cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues «ignorar la Escritura es ignorar a Cristo». Es suya esta famosa frase, citada por el Concilio Vaticano II en la constitución «Dei Verbum» (n. 25).

Benedicto XVI presenta las enseñanzas de San Jerónimo

Lecturas de la Santa Misa del día y de cualquier fecha

Elegir un día en el calendario para ver sus Lecturas. Los Domingos y Festivos contienen un breve comentario.

Estola de color blanca
Domingo III de Pascua
Primera lectura
Hch 5, 27b-32. 40b-41
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
EN aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
Sal 29, 2 y 4. 5-6. 11 y 12a y 13b (R: 2a)
R
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
O bien:
R
Aleluya.
V
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R
V
Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R
V
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R
Segunda lectura
Ap 5, 11-14
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza
Lectura del libro del Apocalipsis.
YO, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes respondían:
«Amén».
Y los ancianos se postraron y adoraron.
Palabra de Dios.
Aleluya
R
Aleluya, aleluya, aleluya.
V
Ha resucitado Cristo, que creó todas las cosas,
y se ha compadecido del género humano. R
Evangelio
Jn 21, 1-19
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
EN aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?» y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».
Palabra del Señor.

DOMINGO DE LA III SEMANA DE PASCUA CICLO C

Los temas de este domingo son muy ricos y variados. Intentaré subrayar aspectos que son complementarios.

Ya en la primera lectura (Hechos de los Apóstoles), nos sorprende la afirmación contundente de Pedro y los Apóstoles: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

En el Apocalipsis leemos: Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Para dar seguridad Jesús a sus seguidores de manera que supiéramos con certeza lo que es de Dios, para dar testimonio de ello, y fuéramos capaces de sentirnos siempre confortados en el deseo de trabajar para la gloria de Dios, necesitábamos asentar nuestra fe y sus consecuencias sobre roca.

Jesús ha querido garantizar la verdad de la transmisión de la fe a través de Pedro y sus sucesores, estableciendo su Supremos Pastoreo sobre la Iglesia. Aquel Simón que en el primer contacto con Jesús ve su nombre cambiado por el de Pedro (piedra); que más adelante recibirá la promesa de ser la piedra sobre la que Cristo edificará su Iglesia: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, es ahora investido como Pastor Supremo y guardián de su rebaño.

Cuando en estos momentos muchos quisieran que desapareciera la Iglesia, nos sentimos profundamente confortados por las afirmaciones de la liturgia de hoy: En la Iglesia triunfante: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: -«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.».

Los Apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje... Y en el Evangelio, ante la respuesta humilde de Pedro, Jesús le dirá: apacienta mis ovejas.

Tu Iglesia, Señor, es la misma ayer, hoy y siempre y Tú, que estás en ella, la llevas adelante entre persecuciones y consolaciones.

Cuando arrecian las tempestades nos recuerda: ¿Por qué teméis hombres de poca fe?

Junto a Pedro, hoy Benedicto XVI (año 2010), nos sentimos seguros de la protección del Señor, Cabeza invisible de su Iglesia, y de María, Madre de la Iglesia.

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