LA SAGRADA ESCRITURA
San Jerónimo subrayaba la alegría y la importancia de familiarizarse con los textos bíblicos:
«¿No te parece que estás -ya aquí, en la tierra- en el reino de los cielos, cuando se vive entre estos textos, cuando se medita en ellos, cuando no se busca otra cosa?»
(Ep. 53, 10).
En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en un cierto sentido presencia del Cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues «ignorar la Escritura es ignorar a Cristo»
. Es suya esta famosa frase, citada por el Concilio Vaticano II en la constitución «Dei Verbum» (n. 25).
Benedicto XVI presenta las enseñanzas de San Jerónimo
Lecturas de la Santa Misa del día y de cualquier fecha
Elegir un día en el calendario para ver sus Lecturas. Los Domingos y Festivos contienen un breve comentario.
el que permanece en mí da fruto abundante. R
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
DOMINGO DE LA V SEMANA DE PASCUA CICLO B
Vamos a quedarnos en la lectura del Evangelio. La parábola de la vid
nos ofrece consideraciones sabrosísimas.
Vid y sarmientos; cabeza y miembros, son dos parábolas que mutuamente se clarifican y enriquecen.
Puesto que tenemos delante la de la vid y los sarmientos, en ella nos quedamos. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca (mi Padre), y a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto
¡Qué manera más bonita de animarnos a dar lo más! Nuestra inserción en Cristo nos obliga a dar frutos, y a no asustarnos si la poda
es laboriosa o dolorosa.
El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada
. Dos aspectos: unidos a Cristo, y según el grado de unión, damos fruto abundante y sin Él no podemos nada. Es más, no sólo no podemos hacer nada sino que lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego y arden
.
Estas consideraciones nos llevan de la mano a valorar con criterio de fe las exigencias y consecuencias de nuestra inserción en Cristo.
Algunos de los pensamientos de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia, en su libro Frutos de oración
, iluminan y clarifican estas afirmaciones:
603. La vida de Jesús es tan grande en inmensidad, abarcación, largura y anchura, que sobrepasa el tiempo y la distancia. Y, siendo el Cristo Grande, vive en todos los tiempos y para todos ellos; por lo que, en cualquier tiempo, se le puede vivir en la donación comunicativa de su misterio. (24-10-1974)
604. Cristo, durante sus treinta y tres años, vivió realmente mi vida, cargando con los pecados que yo cometería después de veinte siglos, y presentándose con ellos ante el Padre como realidad presente. Yo también, cuando injertada en Él, me presento ante el Padre, no me presento con un Cristo de recuerdo, sino con el Cristo viviente que en el seno de la Iglesia, a mí me hace vivir con Él, en mi tiempo, toda su realidad. Cristo vivió conmigo y yo vivo con Él. (15-9-1974)
605. Por la perfección de su ser, el Sumo y Eterno Sacerdote, fue capaz de contener a todos los hombres en la inmensidad de su abarcación, y es capaz de vivir, a través de la Iglesia y por medio de la liturgia, con y para todos ellos. Por eso es posible que todos los hombres, en su tiempo, vivan de su misterio. (15-10-1974)
606. Jesús me une a Él por el misterio de la Encarnación, en su tiempo, y se une a mí, en el mío, a través del bautismo; al quedar injertada en Él, paso a ser miembro de su Cuerpo, del que Él es Cabeza, desapareciendo los impedimentos del tiempo para vivir la realidad del Sumo y Eterno Sacerdote en la plenitud de cuanto es, vive y manifiesta. (15-9-1974)
607. Cuando yo me uno al Verbo Encarnado, por mi injerción en Él, me uno también con el Padre y el Espíritu Santo, pasando a vivir su misma vida, por participación, y siendo ellos UNO en mí –no uno conmigo–; en esa misma injerción me uno con los hombres de todos los tiempos y ellos conmigo, siendo todos uno en Cristo, y, por Él, entre nosotros, viviendo todos unidos con y en la Familia Divina. (13-7-1966)