Tiempo de Pascua
Domingo, 28 de abril 2024
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LA SAGRADA ESCRITURA

San Jerónimo subrayaba la alegría y la importancia de familiarizarse con los textos bíblicos:
«¿No te parece que estás -ya aquí, en la tierra- en el reino de los cielos, cuando se vive entre estos textos, cuando se medita en ellos, cuando no se busca otra cosa?» (Ep. 53, 10).

En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en un cierto sentido presencia del Cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues «ignorar la Escritura es ignorar a Cristo». Es suya esta famosa frase, citada por el Concilio Vaticano II en la constitución «Dei Verbum» (n. 25).

Benedicto XVI presenta las enseñanzas de San Jerónimo

Lecturas de la Santa Misa del día y de cualquier fecha

Elegir un día en el calendario para ver sus Lecturas. Los Domingos y Festivos contienen un breve comentario.

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Domingo V de Pascua
Primera lectura
Hch 9, 26-31
Él les contó cómo había visto al Señor en el camino
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
EN aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo.
Entonces Bernabé, tomándolo consigo, lo presentó a los apóstoles y Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se movía con libertad en Jerusalén, actuando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los helenistas, que se propusieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.
La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32 (R: 26a)
R
El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
O bien:
R
Aleluya.
V
Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan.
¡Viva su corazón por siempre! R
V
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán los que duermen en la tierra,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo. R
V
Mi descendencia lo servirá;
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
«Todo lo que hizo el Señor». R
Segunda lectura
1 Jn 3, 18-24
Este es su mandamiento: que creamos y que nos amemos
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.
HIJOS míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo.
Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.
Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Palabra de Dios.
Aleluya
Jn 15, 4a. 5b
R
Aleluya, aleluya, aleluya.
V
Permaneced en mí, y yo en vosotros —dice el Señor—;
el que permanece en mí da fruto abundante. R
Evangelio
Jn 15, 1-8
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Palabra del Señor.

DOMINGO DE LA V SEMANA DE PASCUA CICLO B

Vamos a quedarnos en la lectura del Evangelio. La parábola de la vid nos ofrece consideraciones sabrosísimas.

Vid y sarmientos; cabeza y miembros, son dos parábolas que mutuamente se clarifican y enriquecen.

Puesto que tenemos delante la de la vid y los sarmientos, en ella nos quedamos. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca (mi Padre), y a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto ¡Qué manera más bonita de animarnos a dar lo más! Nuestra inserción en Cristo nos obliga a dar frutos, y a no asustarnos si la poda es laboriosa o dolorosa.

El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Dos aspectos: unidos a Cristo, y según el grado de unión, damos fruto abundante y sin Él no podemos nada. Es más, no sólo no podemos hacer nada sino que lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego y arden.

Estas consideraciones nos llevan de la mano a valorar con criterio de fe las exigencias y consecuencias de nuestra inserción en Cristo.

Algunos de los pensamientos de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia, en su libro Frutos de oración, iluminan y clarifican estas afirmaciones:

603. La vida de Jesús es tan grande en inmensidad, abarcación, largura y anchura, que sobrepasa el tiempo y la distancia. Y, siendo el Cristo Grande, vive en todos los tiempos y para todos ellos; por lo que, en cualquier tiempo, se le puede vivir en la donación comunicativa de su misterio. (24-10-1974)

604. Cristo, durante sus treinta y tres años, vivió realmente mi vida, cargando con los pecados que yo cometería después de veinte siglos, y presentándose con ellos ante el Padre como realidad presente. Yo también, cuando injertada en Él, me presento ante el Padre, no me presento con un Cristo de recuerdo, sino con el Cristo viviente que en el seno de la Iglesia, a mí me hace vivir con Él, en mi tiempo, toda su realidad. Cristo vivió conmigo y yo vivo con Él. (15-9-1974)

605. Por la perfección de su ser, el Sumo y Eterno Sacerdote, fue capaz de contener a todos los hombres en la inmensidad de su abarcación, y es capaz de vivir, a través de la Iglesia y por medio de la liturgia, con y para todos ellos. Por eso es posible que todos los hombres, en su tiempo, vivan de su misterio. (15-10-1974)

606. Jesús me une a Él por el misterio de la Encarnación, en su tiempo, y se une a mí, en el mío, a través del bautismo; al quedar injertada en Él, paso a ser miembro de su Cuerpo, del que Él es Cabeza, desapareciendo los impedimentos del tiempo para vivir la realidad del Sumo y Eterno Sacerdote en la plenitud de cuanto es, vive y manifiesta. (15-9-1974)

607. Cuando yo me uno al Verbo Encarnado, por mi injerción en Él, me uno también con el Padre y el Espíritu Santo, pasando a vivir su misma vida, por participación, y siendo ellos UNO en mí –no uno conmigo–; en esa misma injerción me uno con los hombres de todos los tiempos y ellos conmigo, siendo todos uno en Cristo, y, por Él, entre nosotros, viviendo todos unidos con y en la Familia Divina. (13-7-1966)

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